lunes, 14 de noviembre de 2011

Tú misma.

     El roce de la perfección, el ideal del comienzo de todo cuanto existe, las ganas irremediables de vivir, el deseo de gritar y correr sin un rumbo claro, el pedir calor y que comience a salir el sol, el que todo cuanto quieras... esté al alcance de tu mano.
     Te observa, algo te dice con la mirada, tú no puedes dejar de sonreír, al fin y al cabo los dos sabéis que estáis hechos el uno para el otro y que nadie podría cambiar eso, te dice adiós con la mano, pero tú no dejas de sonreír, interpretas que es un hasta ahora, o un... espérame que vuelvo en seguida. Se aleja sin dejar de mirar atrás para ver si sigues ahí, tú derramas una fina lágrima del anhelo de su cuerpo contra el tuyo, de sus manos aferrando las tuyas, de la estabilidad que le proporciona a tu mundo, de la energía que le da a tu corazón, de... tus ganas de vivir.
     Desaparece, el sol comienza a caer... se está haciendo de noche, pero no te preocupa... sabes que volverá, ¿por qué no lo haría? No tendría lógica que no volviese a tu lado, no tendría lógica que acabase con algo que estaba comenzando. Sigues intentando sonreír para que eso sea lo primero que vea en cuanto llegue, pero comienza a hacer frío... tu mundo empieza a perder un poco el sentido, y entonces... comienza a llover.
     Solo alguien podría acabar con el roce de la perfección entre un hombre y una mujer, y es... o ese hombre o esa mujer, y ¿tiene lógica? A veces las personas no necesitamos una razón lógica para acabar con algo, para darnos la vuelta y marcharnos como si nada olvidándonos de que otra persona nos estará esperando ahí donde la dejamos, sabiendo que lo bueno dura poco pero que... no tan poco, y es entonces cuando deja de llover, cuando el tiempo pasa pero el sol no vuelve, y es entonces cuando debes levantarte... y comenzar a crear tu luz a partir de la nada.

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